miércoles, 27 de enero de 2010

Matrix Reloaded: Filosofía, religión, y cuero de saldo



Que conste que a mí el fenómeno Matrix no me pilló en primera instancia, lo único que recuerdo de su estreno en cines aquí en España era que antes ponían el tráiler definitivo de La amenaza fantasma, la película de mis anhelos y por la que suspiraba que acabase el verano para poder verla en septiembre. De hecho, para mí Matrix fue la película que hacía el tío de Speed, una cutre peliculilla de verano para pasar el rato, y la verdad yo en esa época no era demasiado asiduo al cine salvo contadas ocasiones, y puedo decir que hasta que no pasaron unos años ni me molesté en verla, pero quizás cuando puse mis ojos sobre la revolucionaria obra de los Wachowski sentí que algo había irrumpido en el cine, y con motivo. La primera entrega de la saga lo tenía todo, desde una filosofía algo barata pero que encajaba como un guante dentro de una obra que para muchos era eminentemente estética (por no decir guay por sus efectos especiales) hasta una dirección cuidada que casaba estupendamente con el tan manido, y a la postre sobrevalorado por el propio espectador, fondo ideológico, mezcolanza de doctrinas teológicas judeocristianas, filosofía de primero de bachillerato, cyberpunk, cómic y anime, y un fetichismo sexual por el cuero a la altura de cualquier película porno del género sadomasoquista, acrecentado después con las siguientes películas, en las que el látex cobraba un protagonismo inusitado en cualquier película de género comercial. Era un cóctel simplemente perfecto que mezclaba en las partes justas el discurso con la forma y que nunca sacaba los pies del tiesto. Es más sencillo contemplar ahora el impacto que produjo, simplificar sus ideas y analizar errores de la película, y aún así resulta bastante difícil encontrárselos a una película que, si bien a la postre ha resultado decepcionante en sus continuaciones y convertida en un mero vehículo de efectos especiales de resultona estética, si supuso un cisma dentro del cine comercial americano y la situó como obra heredera de una obra cumbre como Blade Runner. Por todo este cúmulo de expectaciones, Matrix Reloaded fracasó, por la, a la postre, presunta trilogía que nos querían vender desde un comienzo, y que no resultó más que un aprovechamiento de una brillante y rentable primera parte que, por la falta de planificación, o más bien agotamiento de ideas, y la redundante exposición de temas, no lograron tener continuidad en dos secuelas vacías con un revestimiento visual acorde con los diálogos que pretendían cubrir esas carencias: barroquismo manierista, filosofía de chiringuito y un acabado visual que, de tan brillante que era, resultaba aburrido.



Matrix, en su concepto original, fue tan absolutamente revolucionario que ya no quedaba absolutamente nada por contar. Es por ello que nos enfrentamos al gran problema de las secuelas: una segunda parte que tiene que servir como nexo entre la primera y la tercera parte. La brillante complejización que llevaron a cabo los hermanos Wachowski del Spielberg de los filósofos, Platón, y de su mito de la caverna, fue algo que se les acabó yendo de las manos, y que hizo de Reloaded una película redundante, donde los personajes hablan continuamente de sus objetivos dentro y fuera de Matrix, y a la que le falta eso mismo, un objetivo que sirva de hilo conductor, y que tan bien explicado estaba en la primera entrega, más simple de lo que muchos creen. La liberación de la mente de Neo y su conversión en el Elegido lograban crear una apabullante historia para la obra inicial. Ahora llega el momento en el que Neo debe comprender qué es y por qué hace las cosas, por qué se le ha dado ese poder y qué hacer con él, trama que finalmente carece de interés por su liviano desarrollo, puesto que no vemos más que escenas donde la verborrea destaca por encima de cualquier cosa para, al finalizar dicha escena, nos demos cuenta de que aquello de lo que han hablado no era más que puro virtuosismo lingüistico para encandilar a un espectador que, probablemente, no superaría los 18 años el día de su estreno, y así envolver algo tan simple como la acción-reacción en una especie de diatriba catártica que mueve el mundo cibernético donde todos los personajes saben qué van a hacer los demás, pero nunca saben qué quieren, o deben hacer ellos, y, para, en definitiva, conducir la película a otra secuencia de acción de varios minutos donde la cámara lenta y las coreografías interminables y aburridas se encargan de dilatar el tiempo justo hasta rellenar 120 minutos de acción y charlatanería regidos por la pura arbitrariedad. Pragmatismo, funcionalidad. Son dos palabras que no aparecen en el diccionario de los hermanos (¿o debería decir hermano y hermana?) Wachowski, porque es lo que le falta a Matrix Reloaded, es su mayor carencia, saber qué contar y por qué contarlo. Y es que, donde en la primera parte había diálogos que hacían avanzar la trama y ayudarnos a entender el enredo que habían urdido los hermanos, aquí sirven únicamente para detener la narración y desnudar la falta de clarividencia de los guionistas. La pretendida madurez de Neo únicamente se atisba en sus interminables charlas con el Oráculo, personaje de vital importancia pero cuya funcionalidad en esta segunda entrega aún intento descubrir, y cuya aparición es interrumpida, obviamente, por una escena de acción tan grande e impresionante como incomprensible y ridícula.



Recuerdo que en su momento, esta segunda entrega se nos vendió como la historia más grande jamás contada, una película que había costado una burrada de millones para construir una enorme carretera para una secuencia aparatosa, espectacular y soporífera, con unos efectos especiales que necesitaban sorprender a unos espectadores que aún babeaban con el preciadísimo y copiadísimo bullet time, y con un diseño de producción que poco tenía que envidiar a las de cualquier gran superproducción americana de los años 50 y 60. Era, quizás, la obra definitiva de la ciencia ficción, Matrix Reloaded alcanzaría el cielo cinematográfico y nos prepararía el camino para esa explosión que iba a ser Revolutions, y que al final fue incluso peor, más simplificada, y casi sin esa verborrea que abotarga la mente en esta segunda parte. Reloaded era el todo por el todo, una obra que marcaría un antes y un después, y la grandiosidad de su épica se fue a pique. No hay nada comedido en esta obra, había dinero y no sabían en qué gastarlo, y lo utilizaron en recrear hasta el último rincón de ese universo protocomunista que era Sión, una ciudad mesiánica donde únicamente quedan los guapos, los musculosos y los más bellos, esos que son capaces de ponerse a bailar sin venir a cuento tras un discurso del ahora increíblemente orondo Morfeo, rozarse y meterse mano mientras Neo y Trinity se revuelcan en su lecho, olvidándose de que, quizás, en menos de un día, las máquinas les destruyan. ¿Qué importa? Todo el dinero fue a parar al aspecto visual y no se preocuparon de contratar un guionista que pusiera un poco de orden entre tanta filosofía de saldo y tanta secuencia de acción, alguien que supiera encauzar esa orgía visual que tenían en su mente los Wachowski. La obra original hablaba de la capacidad de decidir del hombre, de la necesidad de afrontar el destino, de luchar contra el propio dios, hablaba sobre el don del hombre de sentir, el fatalismo del hombre como creador de su verdugo y su propia relación de interdependencia con este, recordaba por temática a otros clásicos como La invasión de los ladrones de cuerpos, a Blade Runner, Metrópolis o El planeta de los simios, y tenía personajes soberbios y bien construidos, y aquí tenemos un Neo sosainas que acaba perdido entre el desparrame de ideas sobre la condición humana, un enemigo tan brillante en la primera parte como Sith es aquí un antagonista caricaturesco que sólo salva la interpretación de un carismático Hugo Weaving, una Trinity un tanto perdida que sólo pega patadas, y un Morfeo que pasa de todopoderoso profeta a pusilánime samurái con sobrepeso. Los Wachowski no se respetaron a sí mismos ni a su obra, no entendieron que su primera película era inmejorable, quisieron proseguir lo planteado en su primera película, una obra capital el cine moderno, y les pudo la opción de explotar la gallina de los huevos de oro para convertirla en una oda a la cámara lenta y a la espectacularidad mal entendida que termina siendo un continuo despropósito que, eso sí, consiguió que todos tuviéramos algo de Matrix en nuestras casas tras un intenso trabajo de marketing.

3 comentarios:

Raúl Cornejo (Vivir Rodando) dijo...

Es verdad. Los hermanitos no entendieron que no se debía tocar la primera parte

wiwin dijo...

Yo nunca he tenido nada de merchandising de Matrix :P

No recuerdo ni de qué iban la segunda y la tercera. Con eso lo digo todo.

Anónimo dijo...

He leido tu articulo y difiero contigo en muchas cosas. La más grave es llamar filosofia barata a la filosofia que contiene matrix, y mucho menos de nivel de 1º de Bachillerato. Saludos de un recien licenciado en Filosofia ;).