domingo, 31 de enero de 2010

El hombre murciélado: Parte II



Cuando hace tres años aproximadamente se estrenó en los cines Batman Begins, parecía que el único superhéroe que a servidor le ha interesado nunca retomaba la senda del buen camino. Parecía una película nueva, sin conexiones algunas con las anteriores entregas del mítico personaje de Bob Kane, y, si bien es cierto que no estaba, bajo mi particular punto de vista, a la altura de las dos grandísimas y estéticas cintas de Tim Burton, Batman y la muy infravalorada Batman vuelve, si que conseguían que el personaje remontase el vuelo. Despojando al superhéroe más humano, y ,por tanto, más interesante, por excelencia, de todo amaneramiento, estética colorida y pezones de proporciones estratosféricas que le colocó el terrible Joel Schumacher en su intento de retornar al Batman pop de Adam West, Nolan, interesante creador de atmósferas (aún me pregunto por qué no esperaron a que tuviera la agenda libre para que dirigiese La carretera) aunque algo irregular en el remate de sus películas, supo colocar la cinta en una posición más convencional a nivel visual sin por ello perder ni un ápice de su fuerza dramática y estética para centrarse más en el personaje principal, su nacimiento y su creación iconográfica, aunque bien es cierto que todo fallaba cuando, irónicamente, aparecía Batman en escena. Importaba más las secuencias de Bruce Wayne, su viaje interior en Asia y su lucha personal contra sus demonios internos que la pugna contra el crimen y contra, por qué no decirlo, unos enemigos realmente pobres, desde mafiosos a un Espantapájaros sin la suficiente enjundia para plantar cara a todo un Batman magistralmente interpretado por Christian Bale, amén de la aparición estelar de Liam Neeson como Ra´s Al Ghul, con quien la obra habría ganado más poderío en el aspecto oscuro, siendo deslucido por ello el resultado final. También servía para marcar la que sería la gran obsesión de Nolan para con el nuevo Batman, el motor de esta nueva saga: cada uno es el cúmulo de actos que realiza, lo que hacemos es lo que nos forma y lo que nos lleva a ser lo que somos y que mueve todo lo que nos rodea, especialmente en alguien tan importante e influyente como Bruce Wayne, un playboy con un álter ego que le impide llevar una vida normal. El caballero oscuro corrige y mejora todas las prestaciones de Batman Begins, siguiendo la línea sobria de su antecesora, alejándola de cualquier teatralidad o exageración en la puesta en escena como si tuvieron sus cuatro antecesoras, no hay rastro alguno de cómic, no nos encontramos con una película en la que las viñetas tengan presencia alguna, puesto que no estamos ante un superhéroe de un código ético y moral marcado por el puritanismo y la ley del haz lo correcto, si no que nos adentramos en la máscara y la armadura y se estudia el alma del que lleva el símbolo del murciélago, y, al igual que este, se estudia a su némesis, a su archienemigo, arreglando así la gran tara de su predecesora con la aparición de un villano carismático que, gracias a la magna interpretación de Ledger, se convierte en uno de los grandes malvados de la historia del cine y se pone de igual a igual ante el hombre murciélago, que aquí pasa más tiempo intentando encontrarse a sí mismo y a los que le rodean y conocer el mundo en el que habita y cómo funciona este, que luchando contra el mal. Es por tanto que hallamos virtudes y aciertos donde otros, como Sam Raimi, fallaron estrepitosamente, gracias a la valentía de un Nolan que puede jubilarse al haber alcanzado ya su tope, su obra culmen, triunfando al ser un perfecto estudio de personajes más allá de estar regidos por el mero azar y hacer lo que, según las convenciones sociales, están obligados a hacer, un justiciero enmascarado que duda y teme aquello que hace, que busca entender el porqué de sus acciones y que está más cerca de los Dix Handley, Harry Callahan, Michael Corleone, Dave Bannion, Tom Stall o Vincent Hannah que los Spiderman, Superman o Hulk de tres al cuarto, superhéroes de poca monta hechos única y exclusivamente para sacar el muñequito o el videojuego de turno, colocando la propuesta de Nolan más cercana al cine de Fincher, Fritz Lang, John Huston, Michael Mann, el David Cronenberg post-Spider, Coppola o Clint Eastwood que al clásico trabajo palomitero y vacío del cine de superhéroes, doctorando al joven realizador inglés como uno de los grandes del cine contemporáneo y quien sabe si histórico, aunque todo eso lo dirá el tiempo.



La elección de Nolan y David S. Goyer de desviar el tono de la cinta del cómic puramente mainstream para acercarla a géneros más clásicos como el negro, el policíaco o el thriller es, lejos de cualquier duda, la gran novedad y acierto y lo que la separa, desde el mismo punto de partida, de cualquiera de sus competidoras aparentemente genéricas. Dentro del tono profundo y serio que adquiere toda la cinta, la perfecta conjunción de fondo y forma dentro de la historia basándose en el portentoso guión, el cual tiene apenas un par de fallos de escasa importancia, permiten crear una visión madura de un personaje que tiempo atrás dejó la lucha sin razón y que busca una identidad más allá del personaje, anteponiendo a la persona, y que terminan proporcionando un dramatismo visceral en la línea de cualquier tragedia griega, pues el realizador no se acobarda nunca y realiza una película de Nolan más que una adaptación de cómic, imponiendo su estilo al del estudio, y dejando al personaje en el lugar más alto posible. Es perfectamente reconocible en la escritura, siendo un libreto del gusto del director británico. Ese constante juego de giros de guión, esas trampas al espectador, la construcción milimétrica convirtiéndolo casi en una ecuación matemática, la impresionante capacidad de estirar una y otra vez el invento sin que pierda fluidez ni fuerza, rizando el rizo hasta cotas inesperadas, y ese regusto por el thriller y el film noire más clásico de personajes perturbados cuya situación en la estrecha línea que separa correcto de incorrecto es bastante difusa, y, a diferencia de la reciente y fallida El truco final, aquí Nolan acierta en todos y cada uno de esos brutales cambios totalmente radicales, y, lo que es mejor aún, no falla en el final, siendo perfecto y consecuente con todo lo que nos ha ido mostrando anteriormente y engarzando de manera prodigiosa con su discurso acerca de la dualidad del hombre. Más allá de calcar la estructura de la primera entrega, algo que habría sido bastante probable en manos de otro, aquí se decide por iniciar la historia de la mejor manea posible, presentando al villano a las primeras de cambio y sin previo aviso, y dejando claro lo que va a ser todo lo que se avecina por delante: guerra sin cuartel y sin respiro a Batman y al espectador. Es el Joker quien reina con su psicótica forma de ser, con su anárquica concepción de la vida y con su gusto por el sadismo y la violencia de cualquier forma, disfrutando incluso cuando la recibe. Un villano de una profundidad psicológica que escasamente se ve en una pantalla grande, alejado del histriónico y bufonesco, aunque también genial, Joker burtoniano de Nicholson, y que vuelve a reiterar la diferencia entre ambos films: mientras allí había pomposidad y un aire un tanto superficial en el tratamiento de la historia, de una visión más cercana al cómic, aquí nos hayamos ante personajes nada amables, sin sentido del humor, irónicamente siendo un payaso el coprotagonista, y donde lo que pesa es el carácter humanista del guión. Porque el otro gran acierto es los escritores es la perfecta tela de araña que han logrado conformar para que los personajes secundarios entren en la trama sin estar fuera de ella ningún momento, desde Rachel (gracias por hacer un personaje digno, Maggie Gyllenhaall, después de Lady Cruise era necesario) a Jim Gordon (grandísimo Gary Oldman), pero donde destaca sobremanera el soberbio Harvey Dent que interpreta un sorprendente Aaron Eckhart, cuya introducción en la historia parecía sospechosa y difícil de justificar pero que, finalmente, origina dos triángulos melodramáticos sobre los que gira la trama: Joker-Batman-Dos Caras y Dent-Bruce Wayne-Rachel, siendo quizás el aporte necesario para ahondar más aún en la personalidad del multimillonario protagonista y su mezcla de envidia y admiración hacia el fiscal, que representa todo aquello que antoja, la defensa de lo correcto desde la legalidad y el respeto y el amor que Batman nunca consigue de la gente, y que, con la aparición de Dos Caras, muestra lo que podría llegar a ser, un defensor de la ley al que se le va de las manos su labor, creando otro nexo de unión entre el superhéroe y un nuevo personaje, muestra del juego simultáneo que todos tenemos dentro de nosotros entre bien y mal, algo que le colocaba a él en medio del pérfido Joker, la maldad personificada más allá de cualquier raciocinio, y del bueno de Harvey, quizás la bondad utópica del idealista que comprueba cómo no se puede vencer al mal sin tener dentro una pizca de maldad. Este punto es el más interesante, Wayne excede cualquier límite dentro de lo legal y su tarea es cuestionada no solo por la gente que comienza a verle como un peligro a raíz de las amenazas del Joker, si no de si mismo, y aquel joven Wayne que aparecía al comienzo de Batman Begins es aquí alguien que ha asumido que su papel no es el de héroe correcto, si no el de escudo de la sociedad contra los males, vengan de donde vengan y que empieza a vislumbrar que las decisiones que se toman en el pasado tienen su reacción en el presente y que es imposible cambiarlas.



A pesar de que pueda parecer una cinta algo grandilocuente, El caballero oscuro nunca es pretenciosa en su intento algo filosófico de concebir y, a la vez, desmontar al héroe alejado de cualquier tópico. El protagonista ve cómo su idea de defender el bien ante el mal surge del mismo modo que el Joker actúa: el odio. La muerte de sus padres y la inseguridad que sentía en Gotham le hicieron querer ser lo que es hoy en día, y todo lo que ello ha hecho en su vida. El punto de inflexión entre elegir vida o héroe está decidido, y Wayne arroja por la borda su vida, cayendo hasta el abismo más profundo en la soledad del antihéroe. Y es que la sombra del Joker es demasiado alargada, y su influencia en el millonario joven no se hará esperar. Ledger alcanza una locura realista, exasperada, un personaje que, como él mismo dice, es un perro rabioso, la enajenación hecha persona, el descontrol, el caos, y cabe preguntarse si el actor australiano no llevó el personaje demasiado lejos y lo convirtió en parte de si mismo y, por desgracia, ello le llevó a lo que le llevó, aunque bien es cierto que su frenética creación le ha llevado a la inmortalidad cinematográfica, más incluso que a Nolan o a Bale. Su inquietante papel ensombrece toda la película, pero no hace enmudecer en momento alguno, tal y como se ha dicho, a un gran Christian Bale, quien compone un Batman para los restos, pero él es el artífice de la mejoría de la cinta con respecto a la algo sosa primera entrega, y es que los maquiavélicos planes del bufón son el alma del guión y lo que, a la postre, otorgan esa construcción casi científica de todo el engranaje, aunque, de manera contradictoria, el Joker sea el caos y haga planes planeados a cada paso cuando, irónicamente, él mismo dice que actúa sin más, y odia a los que planifican algo. Quizás es uno de los escasos y poco importantes errores del guión, sepultado ante el aluvión de emociones que se desatan en la última media hora, recordando a cintas del calibre de El Padrino o Érase una vez en América, siendo el resultado final sencillamente portentoso, alejado de la frialdad que suelen tener este tipo de cintas tan grandes y alejadas de cualquier improvisación. Da la sensación de que el guión de El caballero oscuro, dentro de unos años se estudiará en las escuelas al igual que hoy se hace con el de El Padrino, Lawrence de Arabia, Ciudadano Kane, Network o Casablanca, pues Nolan y su hermano Jonathan consiguen algo sencillamente inaudito por la perfección con la que bordan cada secuencia, los diálogos llenos de profundidad y la constante sensación de que cada palabra que se dice, cada fotograma que vemos, y cada paso que cada un personaje ha sido estudiado por un grupo de puristas. Al igual que en la primera parte, la obra culmina con una gran secuencia donde se muestra el comportamiento de la masa ante algo inesperado, ese miedo que se extiende como la pólvora cuando algo no sale como se espera, y ese algo es el personaje de Ledger. El trae el caos a una metrópoli, una sola persona, como si del aleteo de una mariposa se tratase, es capaz de cambiar el rumbo de las vidas de varios millones de personas, de ahí que durante toda la cinta no dejen de llamarle terrorista continuamente, que con su macabro juego lleva a todos, Batman incluido, al borde del caos, logrando su propósito, el del estado de sitio y casi casi la ley marcial. Es quizás el momento en que la épica ha alcanzado su cénit, todo el castillo de naipes ha llevado a este punto, el momento exacto que quería Nolan, aquel donde coloca frente a frente las dos visiones del mundo, la evolución natural de la cinta, nacida de Begins, cuando lo que surgió más o menos como la excentricidad de un tío con mucho dinero y lleno de odio adquiere al final su sentido y la comprensión por parte de este de todo lo que ha hecho y debe hacer al ver la corrupción que ha provocado su antagonista en su lucha contra este y Dos Caras, el perfecto caballero de la justicia convertido en un monigote originado por un demente con pinturas de guerra. La catarsis definitiva de Bruce Wayne más allá de Batman, la asunción de responsabilidades que le pide el pueblo, y la huida del mártir en su eterna y desagradecida lucha de aquellos que no entienden su tarea, el vagar por el camino oscuro para que todo continúe como hasta ahora, donde las personas normales sean quienes refloten Gotham más allá de la actuación de una persona anónima al margen de la ley cuyas actuaciones pueden ser malinterpretadas, como le sucede con la mujer de Gordon o cuando el populacho le recrimina la aparición del Joker cuando antes le tenían como el guardián de la ciudad y de los buenos modos de manera netamente altruista en pos de, quizás, una nueva identidad que soslaye de una vez por todas a Batman y que le permita ser persona antes que monstruo, tener una vida más allá de ser un freak que planea en la noche en busca de otro freak, y no tener que lamentar más pérdidas que se han originado por una decisión tomada desde el corazón sin consultarlo con la cabeza, aunque para si mismo sabe que su camino, como el del samurái, está marcado y es el de estar solo siempre, tal y como decidió cuando se le dio la oportunidad de cambiar.

jueves, 28 de enero de 2010

I'll take you home again, Maureen

Llevo un tiempo intentando escribir un artículo sobre los bailes en el cine de John Ford y su capital importancia dentro de la estructura de sus filmes (colocados de cualquier forma menos al azar, Ford era borracho pero más listo que su puta madre). Todo esto viene a raíz del trabajo que tuve que hacer el año pasado para Charles Columbus (Carlos Colón), analizando el folclore en la música dentro del cine de John Ford (si alguien quiere leerlo se lo mando, si no tienes ganas de leer puedes mirar las fotos, que tiene muchas). Y hay una escena que me mantiene hipnotizado cada vez que la veo, y me viene desde niño. Como ese artículo puede llevar un tiempo, me quedo con dicha escena, que no es de baile, pero casi. Ford tenía puntazos antinarrativos en mitad de las películas donde los personajes, irlandeses todos ellos (ya fueran indios, americanos o galeses) irrumpen a cantar en una armonía celestial. Momentos simplemente acojonantes que a uno le tocan la fibra. Y este es de Río Grande. Y en Río Grande aparece Maureen O'Hara. Y yo de pequeño estaba enamorado de Maureen O'Hara, una irlandesa de pelo rojizo como ninguna otra que aquí interpretaba a una mujer que tiene a sus dos hombres en el ejército: marido e hijo. Y Ford utiliza la música para contarnos su posición (pero de forma sutil, no a lo Amenábar). La película tiene un leitmotiv usado instrumentalmente, I'll take you home again, Kathleen,canción típica del folclore americano (incluso Elvis la versionó), y además, en mitad de una cena, irrumpen una serie de músicos del ejército para agasajar con una canción a la invitada (no recuerdo ahora mismo cuál es, lo siento). El tiempo se para y la música suena. Todos estamos embelesados ante la poesía de Ford. Y ante Maureen O'Hara.



Y aquí dejo I'll take you home again, Kathleen, interpretada por Ken Curtis & The sons of the pioneers, el grupo del yerno del bueno de Sean Feeney.



Ford volvería a utilizar esta canción en una de sus grandes obras, El hombre tranquilo, con la misma protagonista, Maureen O'Hara, en ese mágico lugar llamado Innisfree.

miércoles, 27 de enero de 2010

Matrix Reloaded: Filosofía, religión, y cuero de saldo



Que conste que a mí el fenómeno Matrix no me pilló en primera instancia, lo único que recuerdo de su estreno en cines aquí en España era que antes ponían el tráiler definitivo de La amenaza fantasma, la película de mis anhelos y por la que suspiraba que acabase el verano para poder verla en septiembre. De hecho, para mí Matrix fue la película que hacía el tío de Speed, una cutre peliculilla de verano para pasar el rato, y la verdad yo en esa época no era demasiado asiduo al cine salvo contadas ocasiones, y puedo decir que hasta que no pasaron unos años ni me molesté en verla, pero quizás cuando puse mis ojos sobre la revolucionaria obra de los Wachowski sentí que algo había irrumpido en el cine, y con motivo. La primera entrega de la saga lo tenía todo, desde una filosofía algo barata pero que encajaba como un guante dentro de una obra que para muchos era eminentemente estética (por no decir guay por sus efectos especiales) hasta una dirección cuidada que casaba estupendamente con el tan manido, y a la postre sobrevalorado por el propio espectador, fondo ideológico, mezcolanza de doctrinas teológicas judeocristianas, filosofía de primero de bachillerato, cyberpunk, cómic y anime, y un fetichismo sexual por el cuero a la altura de cualquier película porno del género sadomasoquista, acrecentado después con las siguientes películas, en las que el látex cobraba un protagonismo inusitado en cualquier película de género comercial. Era un cóctel simplemente perfecto que mezclaba en las partes justas el discurso con la forma y que nunca sacaba los pies del tiesto. Es más sencillo contemplar ahora el impacto que produjo, simplificar sus ideas y analizar errores de la película, y aún así resulta bastante difícil encontrárselos a una película que, si bien a la postre ha resultado decepcionante en sus continuaciones y convertida en un mero vehículo de efectos especiales de resultona estética, si supuso un cisma dentro del cine comercial americano y la situó como obra heredera de una obra cumbre como Blade Runner. Por todo este cúmulo de expectaciones, Matrix Reloaded fracasó, por la, a la postre, presunta trilogía que nos querían vender desde un comienzo, y que no resultó más que un aprovechamiento de una brillante y rentable primera parte que, por la falta de planificación, o más bien agotamiento de ideas, y la redundante exposición de temas, no lograron tener continuidad en dos secuelas vacías con un revestimiento visual acorde con los diálogos que pretendían cubrir esas carencias: barroquismo manierista, filosofía de chiringuito y un acabado visual que, de tan brillante que era, resultaba aburrido.



Matrix, en su concepto original, fue tan absolutamente revolucionario que ya no quedaba absolutamente nada por contar. Es por ello que nos enfrentamos al gran problema de las secuelas: una segunda parte que tiene que servir como nexo entre la primera y la tercera parte. La brillante complejización que llevaron a cabo los hermanos Wachowski del Spielberg de los filósofos, Platón, y de su mito de la caverna, fue algo que se les acabó yendo de las manos, y que hizo de Reloaded una película redundante, donde los personajes hablan continuamente de sus objetivos dentro y fuera de Matrix, y a la que le falta eso mismo, un objetivo que sirva de hilo conductor, y que tan bien explicado estaba en la primera entrega, más simple de lo que muchos creen. La liberación de la mente de Neo y su conversión en el Elegido lograban crear una apabullante historia para la obra inicial. Ahora llega el momento en el que Neo debe comprender qué es y por qué hace las cosas, por qué se le ha dado ese poder y qué hacer con él, trama que finalmente carece de interés por su liviano desarrollo, puesto que no vemos más que escenas donde la verborrea destaca por encima de cualquier cosa para, al finalizar dicha escena, nos demos cuenta de que aquello de lo que han hablado no era más que puro virtuosismo lingüistico para encandilar a un espectador que, probablemente, no superaría los 18 años el día de su estreno, y así envolver algo tan simple como la acción-reacción en una especie de diatriba catártica que mueve el mundo cibernético donde todos los personajes saben qué van a hacer los demás, pero nunca saben qué quieren, o deben hacer ellos, y, para, en definitiva, conducir la película a otra secuencia de acción de varios minutos donde la cámara lenta y las coreografías interminables y aburridas se encargan de dilatar el tiempo justo hasta rellenar 120 minutos de acción y charlatanería regidos por la pura arbitrariedad. Pragmatismo, funcionalidad. Son dos palabras que no aparecen en el diccionario de los hermanos (¿o debería decir hermano y hermana?) Wachowski, porque es lo que le falta a Matrix Reloaded, es su mayor carencia, saber qué contar y por qué contarlo. Y es que, donde en la primera parte había diálogos que hacían avanzar la trama y ayudarnos a entender el enredo que habían urdido los hermanos, aquí sirven únicamente para detener la narración y desnudar la falta de clarividencia de los guionistas. La pretendida madurez de Neo únicamente se atisba en sus interminables charlas con el Oráculo, personaje de vital importancia pero cuya funcionalidad en esta segunda entrega aún intento descubrir, y cuya aparición es interrumpida, obviamente, por una escena de acción tan grande e impresionante como incomprensible y ridícula.



Recuerdo que en su momento, esta segunda entrega se nos vendió como la historia más grande jamás contada, una película que había costado una burrada de millones para construir una enorme carretera para una secuencia aparatosa, espectacular y soporífera, con unos efectos especiales que necesitaban sorprender a unos espectadores que aún babeaban con el preciadísimo y copiadísimo bullet time, y con un diseño de producción que poco tenía que envidiar a las de cualquier gran superproducción americana de los años 50 y 60. Era, quizás, la obra definitiva de la ciencia ficción, Matrix Reloaded alcanzaría el cielo cinematográfico y nos prepararía el camino para esa explosión que iba a ser Revolutions, y que al final fue incluso peor, más simplificada, y casi sin esa verborrea que abotarga la mente en esta segunda parte. Reloaded era el todo por el todo, una obra que marcaría un antes y un después, y la grandiosidad de su épica se fue a pique. No hay nada comedido en esta obra, había dinero y no sabían en qué gastarlo, y lo utilizaron en recrear hasta el último rincón de ese universo protocomunista que era Sión, una ciudad mesiánica donde únicamente quedan los guapos, los musculosos y los más bellos, esos que son capaces de ponerse a bailar sin venir a cuento tras un discurso del ahora increíblemente orondo Morfeo, rozarse y meterse mano mientras Neo y Trinity se revuelcan en su lecho, olvidándose de que, quizás, en menos de un día, las máquinas les destruyan. ¿Qué importa? Todo el dinero fue a parar al aspecto visual y no se preocuparon de contratar un guionista que pusiera un poco de orden entre tanta filosofía de saldo y tanta secuencia de acción, alguien que supiera encauzar esa orgía visual que tenían en su mente los Wachowski. La obra original hablaba de la capacidad de decidir del hombre, de la necesidad de afrontar el destino, de luchar contra el propio dios, hablaba sobre el don del hombre de sentir, el fatalismo del hombre como creador de su verdugo y su propia relación de interdependencia con este, recordaba por temática a otros clásicos como La invasión de los ladrones de cuerpos, a Blade Runner, Metrópolis o El planeta de los simios, y tenía personajes soberbios y bien construidos, y aquí tenemos un Neo sosainas que acaba perdido entre el desparrame de ideas sobre la condición humana, un enemigo tan brillante en la primera parte como Sith es aquí un antagonista caricaturesco que sólo salva la interpretación de un carismático Hugo Weaving, una Trinity un tanto perdida que sólo pega patadas, y un Morfeo que pasa de todopoderoso profeta a pusilánime samurái con sobrepeso. Los Wachowski no se respetaron a sí mismos ni a su obra, no entendieron que su primera película era inmejorable, quisieron proseguir lo planteado en su primera película, una obra capital el cine moderno, y les pudo la opción de explotar la gallina de los huevos de oro para convertirla en una oda a la cámara lenta y a la espectacularidad mal entendida que termina siendo un continuo despropósito que, eso sí, consiguió que todos tuviéramos algo de Matrix en nuestras casas tras un intenso trabajo de marketing.

martes, 26 de enero de 2010

El sexo de los aliens: Lo que Cameron no quiso que viésemos

Avatar es para muchos una gran película. Para mí, un entretenimiento que no vale ni de coña 10 euros. No tiene un gran guión, pero es divertida. Pero hay algo que me escamó soberanamente: la escena de sexo más bizarra de la historia del cine, o al menos que yo recuerde (si no contamos Braindead). Con el estilo Disney que tiene toda la peli, donde no se sangra y no hay más que castos besos a lo Crepúsculo, con una cursilería que te hace poner cara de WTF!, a la hora del sexo, cuando todo toma un cariz excesivamente freak, Cameron quería evitarlo todo mediante una sutil y pseudopoética elipsis. Pero por fin tenemos el polvo de Jake Sully y Neitiry. No ando especialmente animado en los últimos días, pero este vídeo me ha hecho gracia.



I wanna feel your ponytail deep inside me!

jueves, 21 de enero de 2010

Cine seriado: El vuelo de los Conchords



Nueva Zelanda, sí, ¡como El Señor de los Anillos!. Nueva Zelanda, si exiges poco te encantará. Nueva Zelanda, como Escocia pero más lejos. Nueva Zelanda, a sólo 18 horas de vuelo. ¿Qué había producido Nueva Zelanda antes del 2001? ¿Qué nos había dado esa pequeña doble isla antes de que Peter Jackson se atreviese a llevar allí el rodaje de El Señor de los Anillos? Que yo recuerde, nada. Y los propios neocelandeses parecen ser conscientes de ello y se toman muy poco en serio a sí mismos, o por el contrario, deben odiar a Jemaine Clement y Bret Mckenzie (quien por cierto, salió en El Retorno del Rey como acompañante de Arwen). ¿Quiénes son estos dos personajes? Pues Jemaine Clement y Bret Mackenzie, o lo que es lo mismo, Flight of the Conchords. Los cuatro eslóganes que he puesto al principio del post son algunos de los hilarantes mensajes con los que el gobierno neocelandés vende el turismo en su país. O al menos eso nos quieren hacer creer Bret y Jemaine, Jemaine y Bret, acompañados por el no menos genial Murray, probablemente el peor representante de bandas (y ayudante del agregado cultural neocelandés en Nueva York) de toda la historia de la humanidad. Los Conchords son dos pequeñas hormiguitas que llegan a la gran ciudad pensando que todo es como en el pueblo, pero no son más que alguien a quien ridiculizar. Porque el sentimiento neocelandés está planteado de forma brillante, puesto que son el último mono en todo, y siempre son el blanco de las bromas de los australianos, o de Dave, el friki que afirma que vive con compañeros de piso y no con sus padres aunque tengan fotos con él de pequeño y se parezcan muchísimo, y que afirma que el neocelandés es un lenguaje que “se habla improvisando, que no tienen un idioma concreto”. Y sí, su primer ministro es tan zopenco o más como los propios protagonistas. Si John Ford viviese en nuestros tiempos trabajaría en televisión, y si hiciera una comedia, probablemente haría The Flight of the Conchords por el fuerte sentimiento patriótico que tiene.



¿De qué va Flight of the Conchords? Es difícil especificarlo en una sola palabra, es más, es difícil especificarlo en una sola frase. Se podría decir que va sobre la (no) carrera de un par de músicos amateurs que han decidido hacer las américas y que les tomen en serio. No tienen talento, no son atractivos (al menos sin peluca de Art Garfunkel) y ambos comparten casa, dormitorio... y en algún momento incluso novia. Pero dejemos líos aparte y tratemos de definir de qué va. Bret es un tipo inocente, guitarrista, que además de la música tiene interesantes tareas, como construir un casco de bicicleta que se asemeje a su pelo. Jemaine es también un tipo inocente, bajista, que además tiene también muy interesantes tareas, como… ¿Dormir? Nos encontramos pues ante dos tipos que, separados, no saben cómo comportarse, ya que hablamos casi de la misma persona. Casi podría decirse que ambos tienen síndrome de Asperger, porque su capacidad de relacionarse y empalizar con el mundo es inexistente a excepción de ellos mismos. Estoy convencido de que si uno cogiese un resfriado, el otro lo sentiría también. Dos absolutos perdedores que dan conciertos en ascensores gracias a Murray Hewitt. Este último es básico para entender por qué tenemos a dos fracasados como estrellas absolutas del show. Trabaja en un despacho pequeño en el consulado de Nueva Zelanda, es maniático y gasta todos sus ahorros intentando que sus chicos den un concierto en condiciones (No recuerdo haber dicho Central Park, si no un parque del centro) y que no para de darles ideas y consejos totalmente fuera de lugar.



Y luego está Mel. Mel, como el Kenneth de 30 Rock, es de esos personajes secundarios sin aparente importancia pero si tratamos de imaginar la serie sin ellos nos damos cuenta de que no sería lo mismo. Es la gran fan (más bien la única fan) de Flight of the Conchords que colecciona todo el merchandising que sale de ellos, que va a todos sus conciertos, que sueña constantemente con Bret y Jemaine y que incluso llega a travestir a su marido para que se parezca a Bret. Es, en definitiva, la clásica fanática histérica que se quita la camiseta en mitad de un concierto y enseña las tetas. Y es que por ahí encontramos la clave para entender Flight of the Conchords. Una visión muy pequeña del rock más pequeño. Neocelandeses haciendo rock. Con todos los tópicos vistos desde el punto mas anticonvencionalista: las groupies, las drogas, el alcohol, los destrozos en hoteles, la falsa conciencia social, las canciones románticas (antológica la que le cantan a Coco, la primera novia de Bret)… todo ello tiene aquí una mirada ácida que ridiculiza los esquemas del rockero. Las apariciones espectrales de David Bowie, un payaso Art Garfunkel o los clásicos imitadores de rockeros tienen aquí su hueco, y todo ello sin olvidar las pequeñas joyas de cada capítulo: las canciones. Como si nos plantásemos ante un musical, en momentos determinados, y sin que lo esperemos, Bret y Jemaine irrumpen en un cántico que homenajea a los diferentes estilos musicales: desde el reguetón (¿Se escribe así?) al rock de Bowie, pasando por la música ochentena y sus sintetizadores o el rap donde se ofende a otros raperos. Con unas coreografías que mezclan genialidad y absurdo de una forma primorosa y unas letras que sacarían de quicio a cualquier academicista musical, suponen estimulantes paréntesis en donde se derrocha talento y mala leche, y que elevan Flight of the Conchords a la categoría de locura surrealista.

Bowie


Donovan


Visage


El Señor de los Anillos


Bret atacando a todos los raperos


Y mi favorita, If you're into it