viernes, 8 de julio de 2011

Jinetes eternos




TÍTULO ORIGINAL The Long Riders
DURACIÓN 100 min.
DIRECTOR Walter Hill
GUIÓN Bill Bryden, Steven Philip Smith, Stacy Keach, James Keach
MÚSICA Ry Cooder
FOTOGRAFÍA Ric Waite
REPARTO Keith Carradine, David Carradine, Dennis Quaid, James Keach, Stacy Keach, James Carradine, Robert Carradine, Randy Quaid, Christopher Guest, Nicholas Guest

SINOPSIS La Guera Civil americana ha terminado, pero muchos en el Sur se resisten a admitir la derrota. Algunos de los héroes que cabalgaron junto a Lee se han convertido ahora en unos facinerosos. Entre ellos, y dominando las praderas de Missouri, se encuentran los hermanos James, ladrones de bancos y asaltadores de trenes que viven al margen de la ley. (FILMAFFINITY)

Aproximadamente desde los años 70, cuando un director enfocaba a un género de los llamados clásicos (es decir, cada día más en desuso), esta mirada solía tener cierto tono melancólico y centrado en la perspectiva que el cineasta tenía de sí mismo viendo en el cine del barrio una película. Lo comentaba Scorsese en su portentoso documental sobre el cine americano haciendo referencia a cómo recordaba él haber visto una película tan violenta y sensual como fue Duelo al sol (Duel in the sun, 1946) del maestro King Vidor, en el que se tapaba la cara para no ver las cosas "prohibidas" que le sucedían a la mestiza Perla, interpretada por Jennifer Jones, y a ese par de hermanos incorporados por Gregory Peck y por Joseph Cotten. Es decir, la visión de ese mundo marcado por unas pautas reconocibles era filtrado por la visión de un realizador, añadiendo el factor subjetivo puramente nostálgico, en el que se contemplaba el género con cierto tono de respeto y veneración, y no se utilizaba de forma casi mecánica, industrial, como se llevaban a cabo antes las películas consideradas de género: mero producto hecho por hombres y nombres intercambiables. Así, donde John Ford veía en Monument Valley un decorado mastodóntico para sus westerns, los Hill, Kasdan, Scorsese o Bogdanovich lo observaban con total respeto y admiración, de forma cuasi religiosa. El western reescribía sus historias para hablar del paso del tiempo, de la pérdida de los valores, reflexionando sobre el propio cine a través de las películas, en lucha con una nueva forma de entender el audiovisual cada vez más descompuesto y en el que las historias desaparecian en beneficio de los efectos especiales y la parafernalia. A ello ayudaba, de manera indudable, la mezcolanza conseguida mediante el toque cabrón del western crepuscular que practicaron los cineastas desde los 60, reflejo de una época convulsa y en el que los héroes a caballo desaparecían para dejar sitio a borrachos, puteros y hombres cansados de vivir que seguían combatiendo y cabalgando por pura inercia.

Ahí pone el punto de mira Walter Hill en Forajidos de leyenda (The long riders, 1980), irregular intento de mirar al pasado con nostalgia pero, al mismo tiempo, tratando de realizar una eficaz película de acción siguiendo los códigos canónicos del western crepuscular más marcado, ese que realizan con acierto, Peckinpah y Clint Eastwood. En un momento en el que el western estaba dando sus últimos coletazos tras el sonado fracaso de La puerta del cielo (Heaven's Gate, 1980), Hill buscó realizar un ejercicio de morriña y respeto por un género que parte de la mítica como base de su estructura. Y si antes hablábamos de Monument Valley como un lugar clave e icónico de las películas del oeste, no es menos importante la historia que los bandidos y su leyenda han tenido en ella, y de esa mitificada raza trata precisamente este acercamiento: Jesse James y su banda, compuesta por él y su hermano (losh ermanos Keach), los Younger (interpretada por los hermanos Carradine) y los Miller (los hermanos Quaid), además de la aparición de Charlie y Bob Ford (los Guest), en un intento de dotar de verosimilitud las relaciones fraternales entre los protagonistas. Esto es algo que, posteriormente, descubrimos que es un detalle insignificante, ya que, salvo David Carradine, ningún actor parece estar cómodo con su personaje, con trabajos anodinos que aprueban la tarea, pero no dejan momento alguno para enmarcar en el imaginario. Porque no encontramos buenos personajes en Forajidos de leyenda, todo lo contrario: meras marionetas que giran en torno a la trama en función de la necesidad de ésta, con la pequeña excepción de Cole Younger (David Carradine) y mínimamente Jesse James, aunque la interpretación que James Keach hace del mítico ladrón de bancos sea bastante plana y que no le aporte matiz alguno, como el resto del reparto, que no logran elevar los actantes a la categoría de personaje. Por tanto, el primer error de la película es del cásting de la banda, ya que las interpretaciones necesitaban ser carismáticas y con garra, y nos encontramos ante una sosa corrección. En su intento de construir un western coral, el autor de Driver (ídem, 1977) fracasa por lo erróneo de sus elecciones y por el baldío tratamiento de ciertos temas que comentaremos más adelante.

No obstante, y en beneficio del trabajo de Hill como director y del equipo de guionistas (del que también forman parte la dupla de hermanos Keach) y quizás también al grupo de intérpretes, hay que decir que la película fue masacrada en la sala de montaje, y se nota constantemente, especialmente en los últimos tramos de la película. La historia que se nos narra no transcurre con fluidez, hay demasiadas lagunas y los personajes no alcanzan en momento alguno un arco dramático satisfactorio y pleno, dando la sensación de que el productor, en una errónea decisión, eligió la vía de la acción desenfrenada para tener mayor éxito comercial, y destrozando el intento de crear ese híbrido nostálgico-crepuscular que busca el realizador. Junto al ya nombrado tratamiento de personajes, la subtrama que más se resiente de este corte es el conflicto surgido entre el norte y el sur contado a través de los ojos de ese policía yanki (Prentiss Rowe) encargado de detener a la banda de los James. Desde el primer momento se ha presentado a la banda como una panda de recalcitrantes sureños que combatieron en la guerra civil (y se atisba que, en gran parte, este conflicto es el que les llevó a vivir la vida disoluta y criminal que todos tomaron) y que odian al norte por encima de todo. ¿Por qué digo esto? Habría sido una opción interesante comprobar la confrontación de ambos modos de ver el mundo a la manera de John Ford en, por ejemplo, Misión de audaces (The Horse Soldiers, 1959), en la que el maestro, en medio de la Guerra Civil, daba una visión bastante acertada: una nación que se desgarra y desangra por dos formas radicalmente opuestas de entender el mismo mundo, cuando hombres iguales pelean y destrozan lo creado por ellos mismos. Porque hay pequeños momentos interesantes, cuando se habla de la imposibilidad de los profesionales de la ley venidos del norte de localizar a los miembros de la banda por el fuerte sentimiento de comunidad que tienen los sureños, que se protegen unos a otros, pero no va más allá del entierro de un personaje secundario y poco más. De hecho, el autor toma parte descaradamente por los forajidos y coloca a los justicieros como meros asesinos que matan a inocentes, como auténticos patanes. Fracasa mostrando la destrucción del grupo (particularmente, la desaprovechada relación de rivalidad por el liderazgo entre Cole y Jesse, que nunca llega a consumarse), demasiado repentina, y a sus perseguidores, algo que conseguía John Milius en su Dillinger (ídem, 1973), cambiando el western por los gangsters, y en donde la sensación de película de acción con personajes estaba mucho mejor conseguida.

Del mismo modo, personajes con aparente importancia en un montaje más completo, como el periodista que interroga la madre de los Younger o el pequeño de los Miller, interpretado por Dennis Quaid, pasan de puntillas por una historia en la que, por su primera aparición, son parte importante, pero que luego aparecen lastrados y, de hecho, la cinta habría ganado en dinamismo con su eliminación absoluta y no sólo parcial. Amén de un excesivo respeto hacia la figura de Jesse James, demasiado correcta y poco interesante y carismática (y más aún tras la excelsa adaptación de su vida que hizo Andrew Dominik en 2007), como la del niño que teme acercarse al futbolista a pedirle un autógrafo por temor a que se deshaga la ilusión. Los mejores momentos de la película, al haber quedado reducida a una action movie con momentos de desarrollo íntimo, son aquellos en los que se ensalza la masculinidad y la virilidad de los protagonistas. Hill es un cineasta experto en ello, y como muestra la que es su película más redonda: The Warriors (ídem, 1979). En la adaptación de la novela de Sol Yurick, el cineasta enarbolaba la bandera de la hombría más potente a través de la pesadilla en forma de persecución de unos pandilleros durante una noche en una ciudad futurista donde la ética y las reglas han dejado paso a la ley del más fuerte. Y aquí encontramos el referente más claro en el que es, con casi total seguridad, el personaje más redondo: Cole Younger. La interpretación de David Carradine eleva un poco el apartado actoral, y la relación de su personaje con la prostituta Belle es la única parte verdaderamente humana en todo el metraje. Porque si tenemos las acartonadas relaciones de Jesse James y el mediano de los Younger (Keith Carradine) con sus respectivas mujeres, la que realmente respira es la de Cole con la puta que quiere ser respetable. Porque ambos saben lo que son, los dos al margen de las personas "normales", y la relación entre ellos nunca podrá llegar a buen puerto y, aunque la rechaza, no obstante va a buscarla a su nueva casa y pelea con su marido (James Remar) a cuchillo en una de las escenas más vibrantes y conseguidas, con un montaje de primeros planos en tensión durante todo el duelo. Tras vencerle, abandona a la puta con su marido, habiendo dejado claro que, en el oeste, los que mandan son los hombres. A la manera de Peckinpah, aunque para acercarse al magnífico autor de La huida (The getaway, 1972), de la que el propio Hill fue guionista, debería haber menos violencia física y más psicológica.

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