jueves, 4 de marzo de 2010

Ana y los lobos

Nunca me ha gustado Carlos Saura, con la excepción de La Caza, intensa como pocas. Considero su cine poco más que ejercicios solipsistas continuos donde abusa de la simbología más barata anulando cualquier atisbo de narratividad cinematográfica. Ana y los lobos no es diferente, una película muy pretenciosa que pretende ir más allá, ser bigger than life, pero que se queda a medio camino por lo evidente de su propuesta, que no es otra que analizar la España decadente del ya de por si decadente franquismo. Personajes prototípicos en exceso con tal de que nos quedemos con un sector de la población española, un surrealismo excesivamente forzado y un desaprovechamiento absoluto de un tema tan interesante como es el de las máscaras y las identidades construidas de cara a la sociedad. El hermano al que vestían de niña, un fracasado wannabe realmente patético que se disfraza como algo que no es; el otro hermano, con un matrimonio que no quiere (¿Quién sabe si se casó de penalti?) y el interpretado por Fernán Gómez como el clásico que quiere hacer ver que es diferente y luchar contra sus raíces cuando no deja de ser otro perdedor insatisfecho con su vida. Creo que se le podía haber sacado más jugo de haber tenido una idea menos pretenciosa y sí más, por llamarla de algún modo, convencional. Saura debería ver algo del cine de Cronenberg y aprender lo que es mostrar las dos caras de una persona. Tampoco me he creído en ningún momento esa ruptura que provoca en sus vidas el personaje de Ana, no me he tragado nunca ese soplo de aire fresco que es, ni el que todos confíen tanto en ella, ni la fascinación que provoca. No hay motivos para ello más allá de querer simbolizar el pseudoaperturismo del franquismo en sus últimos años y el choque que hubo ante la entrada de la "modernidad". Yo soy muy clásico y me gusta que los personajes estén bien perfilados, y que después de A vaya B, y todo responda a un orden. Me ponen malo esta clase de películas donde, con la excusa de la postmodernidad o qué se yo, se abusa injustificadamente de acciones irracionales o de un guión sin pies ni cabeza más allá del que tenga en mente su creador. Eso sí, la película me ha transmitido constantemente la sensación de asco que siente la protagonista, es quizás el único aspecto que puedo decir que me ha convencido.

Por lo demás, una puesta en escena corrientita, salvada por la fotografía (como casi siempre en su cine) y por el montaje, y unas buenas interpretaciones, aunque esto último, teniendo a Geraldine Chaplin y a Fernán Gómez es lo mínimo exigible. A destacar: pedazo de travelling hacia el rostro de Fernando Fernán Gómez cuando ve por primera vez a Ana. Brutal lección de cine setentero. Eso sí, como es Saura, ya es cine de autor.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La calidad del filme es independiente de la calidad de esta reseña. Es decir, sea buena o mala, una cosa es cierta: esta reseña es una mierda.