domingo, 26 de octubre de 2008

Max Payne (2008)



TITULO ORIGINAL Max Payne
DIRECTOR John Moore
GUIÓN Thomas H. Fenton, Shawn Ryan, Beau Thorne (Personajes: Sam Lake)
MÚSICA Marco Beltrami, Buck Sanders
FOTOGRAFÍA Jonathan Sela
REPARTO Mark Wahlberg, Mila Kunis, Beau Bridges, Ludacris, Chris O'Donnell, Donal Logue, Amaury Nolasco, Nelly Furtado, Olga Kurylenko

SINOPSIS: Adaptación de un aclamado videojuego que mezcla el thriller con el cine negro, la historia gira en torno a Max Payne (Wahlberg), un ex-policía de Nueva York que busca a los asesinos de su esposa y su bebé, ambos asesinados bajo los efectos de una fuerte droga sintética. (FILMAFFINITY)

Tras tomar prestadas las bases narrativas de la literatura, el cine, durante los últimos 30 años, se ha preocupado de ir tomando el lenguaje de otras artes que emergían como la espuma en el panorama cultural, y, si bien el cómic ha sido el gran adaptado más o menos desde finales de los años setenta (no todos son Superman, aún recuerdo esa pésima versión de Spiderman setentero que pillé una tarde hace varios años en Canal Sur), y no se han conseguido sacar películas decentes hasta hace relativamente poco (con la excepción quizás de los dos Batman de Burton, a los que, en recientes visionados me he comenzado a dar cuenta de lo mal que les comienza a afectar el tiempo), con obras maestras como 300 o Camino a la Perdición, o grandes cintas como Una historia de violencia, que, de distinta manera nos permiten realizar una pequeña reflexión acerca de la retroalimentación que se produce entre ambos lenguajes, ya que los tres ejemplos que he puesto se podría catalogar cada uno en tres extremos bien diferentes (Snyder es puro cómic, Mendes supo ser una mezcla de cine y viñeta y Cronenberg optó por adoptar una estética totalmente cinematográfica a pesar de estar basada en una novela gráfica) a pesar de provenir de un mismo elemento. A raíz de ello, las adaptaciones de videojuegos aún tienen un larguísimo camino que recorrer para ofrecer resultados que superen lo decente o aceptable, ya que, desde los estrenos de Super Mario y Steet Fighter, infames versiones de clásicos de los inicios videojueguiles, el cine prácticamente ha ido añadiendo más y más dinero en adaptar aquellos juegos que se pusieran de moda o que fueran medianamente adaptables a la gran pantalla, fundiéndose casi todo el presupuesto en que la estética fuera, cuanto menos, resultona, aunque esto no sirve si, en el fondo, no hay nada que contar, o incluso en ir cogiendo elementos del lenguaje cibernético para enriquecer, en teoría, las películas, buscando alcanzar esa experiencia que supone coger el mando de una consola y vivir la historia, como la reciente y muy fallida El rey de la montaña. Y es que el videojuego tiene una tara con respecto al cine que la literatura o el cómic no tienen, y es la interactividad, algo que permite al jugador ser el personaje y no simplemente vivirlo, y esa carencia de no poder tener el joystick no puede ni podrá ser suplida por el cine en mucho tiempo, de ahí que videojuegos de una acción tan marcada como el Resident Evil (aunque este tenga mucho de puzzles), Doom o Hitman hayan conocido versiones tan horribles, puesto que se pretendía trasladar la experiencia de la primera persona o del terror y en muchos casos no se daban cuenta de que había una historia que rellenar para que fuera una buena adaptación, y poder, o al menos intentar suplir ese gran problema. Algo que quizás podía cambiar con Max Payne, un gran juego que, si bien es cierto que no es un grande del entretenimietno virtual como puede serlo un Final Fantasy, un Metal Gear Solid, un Zelda o un Metroid Prime, si que tenía una base más cinematográfica que permitiría que su traslación fuera más sencilla, al ser un juego de reconocido carácter noire en la línea de vengadores del género negro de cintas como Los Sobornados o Get Carter. Pero no, nuevamente se vuelve a caer en el ya clásico esteticismo barato aparatoso y poco brillante por momentos y en la total ausencia de personajes perfilados, motivaciones claras y una linealidad coherente y bien estructurada más allá de un protagonista con un motivo y una serie de secundarios que aparecen y desaparecen en torno a él con la mayor arbitrariedad posible.

Y es que no resultaba tan difícil de preveer que un realizador con el carrerón que llevaba el bueno de John Moore, cineasta que había hecho dos remakes y una película bélica que lo pasaba mal para llegar al aprobado raspadillo, no pudiera sacar algo destacable de esta historia de intriga y corrupción que se le ponía por delante con la vida de este amargado y solitario policía en busca de venganza. Y es que resulta poco creíble la historia que ha tejido junto a los incompetentes guionistas, los cuales parece que necesitasen clases de cómo organizar una película, y cómo trazar unas líneas maestras en torno a la que se movieran sus personajes. Pero no, sorprende ver a gente como Mila Kunis, Chris O'Donell o Beau Bridges actuar de manera robótica o desfasada, según se mire, ya que parecen no entender en ningún momento las motivaciones por las que actúan sus personajes, movidos simplemente porque el guión así lo exige. Nos encontramos ante una idea tan aprovechable y potable que es hepatante comprobar cómo se puede realizar un trabajo que demuestra tan poca pericia en el uso de cualquier herramienta para llevar a cabo el trabajo, y más viendo que no se trata pecisamente de un nóvel quien llevaba las riendas del proyecto. Burda imitación de policíacos clásicos, tergiversando por completo la historia del original, bastante abrumadora y visualmente arrebatadora, Moore se pierde en su seriedad y en su intento de construir una verdadera historia de cine negro a base de escenas mil veces vistas, y situaciones que nunca se saben a ciencia cierta por qué se producen. ¿Qué obliga al malvado de la película a matar a gente una vez conocido el leitmotiv? ¿Qué conexión tienen las víctimas? ¿Qué relación tiene Mona Sax con Payne? ¿Por qué esta última, de la que nunca sabemos qué hace, a pesar de que con ello amenace a un personaje, va siempre rodeada de varios gorilas pero a la hora de la verdad está más sola que la una y siempre, y repito lo de siempre, aparece en el momento más oportuno a pesar de que el guión indicaba lo contrario? ¿Por qué la jefa de la empresa farmacéutica tiene tantísima importancia en la trama y apenas aparece en dos pequeñas escenas? ¿Qué cojones pinta ahí el personaje de Chris O'Donell? ¿Y el de Olga Kurylenko, más allá de poner cachondo al personal enseñando el tanga? Todas estas preguntas se quedan sin respuesta debido al risible libreto, donde no les bastó con incluir demonios voladores, si no que, además, tienen los santos cojones de lanzar puyitas contra la guerra de Irak y los problemas que esta ha originado, y no se para a pensar en el destructivo y fatalista (de malo, vamos) mensaje que transmite la película: termina convirtiéndose en un ensalzamiento brutal de las drogas y de las armas, principales instrumentos del pésimo Mark Wahlberg (a este se le ha subido la nominación al Oscar y piensa que va a vender una mala película con su sola aparición, porque aquí su idea de interpretación consiste en fruncir el ceño y hacer como si nadie fuera más duro que él) sin los que sería incapaz de detener al malvado enemigo.

A las escenas sonrojantes por su inocencia (en el sentido más despectivo, parece increíble que esto lo haya dirigido un adulto) y su pretendida profundidad basada en diálogos de risa (que sólo debí ver yo y mi acompañante al cine, porque nadie más se rió al ver a Wahlberg haciendole carantoñas a la foto de su bebé de una manera totalmente babosa y patética), cargadas de un ridículo que excede los límites de lo insospechado, se le debe añadir la absoluta ausencia de un rigor narrativo, haciendo la película insulsa y falta de trama, donde los personajes deambulan de un sitio para otro aunque todas y cada una de las visitas no apoten nada y sean más vacías que un plano secuencia de Michael Bay. La nieve es usada como un recurso pretendidamente poético, en contraste con ese negro tan exagerado y marcado que busca constantemente el director. Cualquier escena será oscura porque sí, todo muy negro, que queda bonito, a excepción de los flashbacks, donde se juega con la lente de la cámara como un estudiante de primero de audiovisuales que descubre tonterías como el balance de blancos. Esto destaca especialmente cuando aparece el presunto malo maloso, el Sucre de Prison Break tatuado para parecer un dios nórdico (sí, Cuba y Noruega, idénticas, vamos), el cual provoca que todas los colores de la imagen se vuelvan amarillentos, y siempre la forma de sacarle contemplando la acción, para realzar esa posición demiúrgica en sus actos (o azarosa más bien), se le enfocará con un travelling semicircular en contrapicado, ya que parece que no hay más formas de resaltar el poder de un personaje que, visto lo visto, demuestra eso de que perro ladrador, poco moderdor, terminando por ser un antagonista mcguffin, algo que se olía a la legua debido a la precariedad con que se habían desarrollado los personajes. Pero lo peor viene por parte del protagonista, un personaje que no muestra ningún sentimiento en ninguna parte de la trama, cuando, casualmente, el Max Payne del juego era un ser atormentado y que quería llevar a cabo su venganza por unos motivos perfectamente comprensibles y desarrollados a lo largo del videojuego, y aquí únicamente se esboza cuando vemos a los policías llamarle hijo de puta y tal. Aquí arranca de manera directa y la cosa parece que promete, pero constantemente vamos viendo topicazo tras topicazo cogidos con alfiler para construir al pobre personaje principal, remedo de antihéroes vestido siempre de negro y maldito por quién sabe qué cuyo odio no llegamos a ver en ningún momento, utilizando la voz en off para profundizar en sus pretendidos sentimientos y darle así la consistencia del cine negro que tan bien marcaba el videojuego y que no termina más que por subrayar lo muy evidente, convirtiéndolo todo en una absoluta comparsa, un homenaje absoluto al absurdo y a la filosofía de tasca. Y para rematar, la casi total ausencia de acción que podría haber disimulado el disparate artístico. La influencia de Matrix en los desarrolladores del juego era evidente, y el uso del bullet time era, a falta de una palabra mejor para definirlo, perfecto, y, sin embargo, Moore lo utiliza hasta convertirlo en una pantomima, en una burla, en una parodia como la que realizaba Anna Faris en la primera Scary Movie, siendo especialmente sangrante el ataque al cuartel de Lupino y ese escopetazo que se hace eterno por la manía del impersonal director de darle un toque más cool a todo, convirtiendo las secuencias más espectaculares en un abecedario del Qué no hay que hacer para ser un director de cine, y un uso bochornoso de los efectos especiales, destacando la escenita tras salir del río helado y ese amago de Hulk que tiene el bueno de Payne. Y es que aún le queda muchísimo al cine para saber captar un buen videojuego sin pasarse con los efectitos. Años han tardado, en el caso del cómic, en darse cuenta de que es mejor hacer una película con historia (Una historia de violencia) que una gilipollez supina con una inversión brutal en todo lo que no sea guión (cualquier Spiderman de Raimi), y más años nos quedan de presenciar malísimas adaptaciones de enormes juegos. Sólo rezo porque nadie se atreva a tocar el Metal Gear Solid hasta que ese proceso de aprendizaje haya acabado y pueda salir algo parecido a El Caballero Oscuro en vez del Super Mario de Bob Hoskins.

4 comentarios:

Dani dijo...

Grande.
Sólo añadiré, que después de esto, el prota se merece que le volvamos a llamar Marky Mark.
Ha conseguido una regresión a sus inicios de vendedor de calzoncillos y white rapper, sin rastros de alguien que haya pasado años trabajando para gente como P.T.A. o Scorsese...

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Yo reconozco que el comienzo me gustó. La presentación en el río con la voz en off, la escena del metro y la de Walhberg en su despacho, junto a lo lacónico de los diálogos, le dan a la película un aspecto de cómic que me gusta mucho.
Pero desde el momento en el que pisa el apartamento de la fiesta (y habrán pasado apenas quince minutos) se pierde en un cruce que tiene lo más efectista de "Sin City" y lo más hortera de "El Cuervo" (una película a la que tengo muchísimo cariño y que además resiste bastante bien el paso del tiempo, pero que horteradas tiene unas cuantas). A la mezcla hay que sumarle además una parte de "Gladiator" a modo de cita que llega antes de tiempo para reunirse con sus seres queridos (tan descarado que cuando acariciaba la puerta yo le veía caminar entre el trigo).
Lo peor es que ni siquiera es entretenida y tiene (como dices) el mismo rollo de las consecuencias de la guerra que sufrí también hace una semana en "La conspiración del pánico". Hablará luego la gente de los tópicos del cine español y su guerra civil, pero estos deberían empezar a lamerse las heridas solitos y dejarnos en paz.

TonyMontanaLuque dijo...

Pues sí, Dani, lo de Marky Mark es la leche, simplemente aberrante... interpretación digna de Steven Seagal XD

Y sí, auster, la primera escena tiene su aquel, me gustó, pero a partir de ahí se desinfla poco a poco. Es aburrida, y la acción es tan estética que resulta de broma, y la verdad es que una película esteticista puede tener lo suyo, a mí El Cuervo me gusta, me parece bastante buena, y Sin City... bueno, al menos tiene algo, pero es que Max Payne es simplemente ridícula.