domingo, 16 de noviembre de 2008

La secuencia: Perversidad, crimen y castigo


Fritz Lang se especializó siempre en ilustrar la vida de personas al límite. Seres al borde de la locura, con la violencia a flor de piel, reprimidos que descargan toda su ira contenida en el subconsciente, con la vida de una persona y la suya propia en sus manos, alejados de cualquier término medio. Y Perversidad (Scarlet Street, Fritz Lang, 1945) es mayormente el resumen de casi todas las inquietudes que poblaron el cine del maestro austriaco. Negra hasta decir basta, cuenta una historia tan simple como efectiva: un hombre aburrido decide acompañar a un amigo a coger el autobús tras una fiesta, por lo que llega tarde a su transporte y, a mitad de camino, se encuentra con una mujer a la que están abofeteando, y a partir de ahí arranca ese maremagnum psicológico en que termina convertida esta obra cumbre del género negro. Desde este punto, todo lo que viene irá en consonancia con lo mostrado anteriormente en otra de las cimas del noir, La mujer del cuadro, y que luego volverá a repetir en Secreto tras la puerta, que mayormente podríamos denominar la trilogía Bennett, pues en todas ellas nos encontramos con Joan Bennett en el papel protagonista femenino, ya sea como inocente víctima o como auténtica golfa (no olvidemos que aquí nos encontramos ante una revisión de la cinta de Renoir La golfa, de 1931).



Actores aparte, los referentes temáticos y éticos se repiten en las tres, pudiendo verse como un evolución en el estudio de los deseos reprimidos, yendo desde lo más inocente hasta el mayor crimen posible sin justificación alguna, amén de un nexo casi en común con todas ellas que consiste en algo que se puso muy de moda en esa época y que hace que películas como Recuerda o Vorágine hayan envejecido tan mal: el psicoanálisis. A diferencia de Hitchcock o Preminger, el realizador de Los verdugos también mueren desnuda a los personajes durante toda la película, siendo una sesión de psicoanálisis. Los protagonistas encarnados por Edward G. Robinson en las dos primeras y por Michael Redgrave en la tercera son, especialmente este último, seres reprimidos que, de manera diferente, liberan sus pulsiones más internas de una manera violenta y, en cierto modo, malvada, cuya perversidad (por hacer un juego de palabras) va in crescendo hasta la última entrega de este tríptico. Si en La mujer del cuadro el criminólogo Richard Wanley hilvana todo un mundo en el que prueba aquello que estudia, lacrimonología y la posibilidad de cometer un crimen de una manera casi casual, Perversidad lleva a cabo un ejercicio que roza la fábula y que, hasta el momento del crimen, busca demostrar que cada hombre es un asesino. Y aquí no hay justificaciones morales, por mucho que se pueda entender por qué se comete dicho acto, del mismo modo que no hay el suspense que encontramos en las otras dos cintas, ambas de desigual final, ya que el epílogo de Secreto tras la puerta es excesivamente blando, a pesar del interesante Mark Lamphere con el que se casaba Joan Bennett.




Al analizar Perversidad habría que ahondar en las frustraciones de Christopher Cross, magistralmente interpretado (sobra decirlo) por Robinson. Trabajo mediocre que no le permite más que llevar una vida gris donde es totalmente dominado por una mujer que aún recuerda a su "difunto" marido y le humilla constantemente recordándole el infierno en el que está sumido. Confiado, supersticioso, calzonazos, únicamente la pintura le permite escapar de la asquerosa rutina en la que está sumido. Toda su vida cambia en un cruce. Y es que Cross descubre por primera vez lo que es vivir, pero todo se trata de una mentira orquestada, una farsa en la que él tiene poco que controlar. En La mujer del cuadro es un sueño y en Secreto tras la puerta un marido que ha creado un matrimonio carente de vida cuyo propósito es culminar su particular colección. Aquí, Kitty y su amante, el cargante y malévolo Dan Duryea, marean a su antojo a un hombre inocente que comienza a delinquir por amor. Y poco a poco vamos viendo cómo en casa va liberando aquello que tanto tiempo ha tenido dentro y no ha sacado, su mujer despierta en él un odio acérrimo, empuñando el cuchillo que usa para limpiar la carne con una violencia extrema.

Es una evolución abrupta, un personaje callado que comienza a ir a tumba abierta, hasta llegar al cénit de su comportamiento, que se produce cuando Chris descubre la verdad, el engaño al que ha estado sometido, movido por otro de los totems temáticos del realizador, la venganza, y en una portentosa escena llena de detallismo (inteligentísimo el recurso de colocar a Robinson un abrigo totalmente negro en contraposición con la claridad y la luz del cuarto) asesina a Kitty con un picahielos, el cual había cogido Johnny. Es entonces cuando esa fábula se vuelve en pesadilla más psicológica y terrorífica aún si cabe y Lang saca a pasear al Dostoievski que lleva dentro para ilustrar la culpabilidad y la imposibilidad de callar las voces de la conciencia.



Y es que en Perversidad, el amigo Fritz, a diferencia del Hitchcock de Yo confieso o Extraños en un tren, no perdona moralmente los actos de sus personajes aunque la sociedad si lo haga, caso contrario al de las cintas hitchcockianas anteriormente nombradas, en las que ambos eran falsos culpables de un crimen que no habían hecho. Aquí el realizador parece haber dejado atrás esos modelos happy ending del principio de su carrera norteamericana, como en Furia o La venganza de Frank James, Cross comete un asesinato del que sale indemne y no sólo eso, si no que se echa una muerte más a sus espaldas cuando el amante de Kitty es acusado y condenado a muerte, a pesar de que pueda tener cierta legitimidad aquello que ha hecho. Manejado por mezquinos y avaros, Chris Cross es un inocente que únicamente estaba esperando una gota que colmara su vaso, perdiendo su último tornillo y cobrándose justicia por toda una vida de maltratos y mentiras, y que termina convertido en un pobre diablo que llama a gritos a la muerte y únicament recibe el más absoluto silencio por respuesta. Toturado, llevado al borde de la locura, e incluso incomprendido por la policía que le toma por un viejo demente al confesar que mató a dos personas.


El realizador termina así por orquestar una maldición, casi un mal de ojo, sobre el pobre Robinson, rompiendo todos los tabúes y clichés del cine de los estudios, y eliminando cualquier posibilidad de redención para un hombre que actuó de una manera que casi todos haríamos. Fritz Lang se vuelve excesivamente cruel con su personaje, le martiriza y le impide calmar sus ánimos, convertido ni más ni menos que en una nueva versión del célebre judío errante destinado a pasear solo por la tierra, condenado a expiar sus pecados hasta que la muerte le llegue... si es que le llega,ya que no hay mayor castigo que una conciencia que no calla, cerrando con un impresionante plano final este furibundo estudio de la culpabilidad y la violencia halladas en una sola persona, y pensando que, quizás, todo podría haberse evitado si Chris Cross no se hubiera fumado aquel puro.


6 comentarios:

Halbilbo dijo...

La idea de que un hombre corriente comenta un error y ello se convierta en un punto de inflexión en su vida,es como el título de la película perverso. Lang es muy duro, si bien en la mujer del cuadro supo buscar una vía de escape para reducir el castigo al protagonista, en esta ocasión parece que se ensaña con él. Se me ponen los pelos de punta cuando veo la escena de Robinson en la habitación escuchando las voces.

Anónimo dijo...

Recuerda que a Lang le acusaron de haber asesinado a su mujer, eso le persiguió durante toda su vida, y está presente sobre todo en este periodo. (Lo que no sé es si conoceras "el incidente Bennett", que parece sacado de una peli de Lang http://en.wikipedia.org/wiki/Joan_Bennett#Scandal )
Lo que más me gusta de estas películas es ese ambiente de pesadilla opresiva que te ahoga. Lo que menos, la interpretación de esa pesadilla, es decir, la parte psicoanalítica, que obviamente es lo que peor ha envejecido (como pasa con Hitch, imposible hablar de un director sin citar al otro).

TonyMontanaLuque dijo...

Desconocía el incidente de Joan Bennett, judío mamón, y sí, totalmente sacado de una peli de Lang. Sí me suena de un capítulo de, si no me equivoco, CSI, tenía un tema similar. Recuerdo que la primera vez que vi La mujer del cuadro, cuando Robinson está preparandose para suicidarse lo pasé fatal, y el final me alivió una barbaridad, pero en Perversidad, cuando la ves, le das vueltas y vueltas, y te deja un mal cuerpo que tarda varios días en irse. Quiero volver a verla, aunque termine con mala sensación jaja

Yo no soy Paul Avery dijo...

No la había visto hasta este verano (imperdonable). Me pareció una pasada. Lang era grande de verdad. No sé si ya te lo comenté pero ¿has visto Mientras Nueva York duerme?

Anónimo dijo...

Me desvío un poco del tema... Hace años me costaba un mundo ver este tipo de películas porque pensaba que serían muy descafeinadas; después me sorprendió descubrir la dureza de algunos diálogos, los dobles sentidos y las connotaciones sexuales de muchos de ellos. La golfería de Joan Benett es escandalosa, y se me ocurren otros dos ejemplos muy claros que creo que se asomarán a este blog poque has hablado en otras ocasiones de ellos: los dobles sentidos de los diálogos entre Fred MacMurray y Barbara Stanwyck en "Perdición" y todo el coqueteo que se gasta Grace Kelly en "La Ventana Indiscreta" con cara de no haber roto un plato (amén de tener el plano más bello de una mujer en el cine... era así?).
Lo único negativo es que subrayan las carencias del cine actual y que las suple con violencia gratuita y efectos especiales.

TonyMontanaLuque dijo...

Auster, me sorprende que digas que te parecían descafeinadas, cuando son tan complejas y potentes que, como bien dices, hacen palidecer al cine moderno y sus intentos por rememorar la gran época del cine clásico. Sobre los ejemplos que pones, imagino que sí, más adelante tendrán un sitio aquí, cómo no. Y no bacri, no la he podido ver, ni esa ni Más allá de la duda, son las dos grandes pelis de Lang que me quedan por ver, y una pena, porque las he buscado mucho... pero ya se verá una forma de conseguirlas.