sábado, 7 de marzo de 2009

Watchmen, pesimismo ilustrado


Tratar de medir el impacto que en su aparición tuvo Watchmen sería una perogrullada, nombrar una obviedad conocida por todos, profanos aunque algunos hayamos leído la base, entre los que me incluyo. Todos hemos leído que se la considera el Ciudadano Kane del noveno arte, la revolución del entendimiento no tan solo de los superhéroes, necesariamente oscuros desde su publicación, si no de las viñetas al completo. Cambió la forma en que se encara la escritura y la lectura de este arte. Tomando como base literaria la ucronía, Moore, cabeza loca brillantemente amueblada capaz de sacudir cualquier conciencia por preparada que esta se encuentre, con la magistral intervención de Gibbons en la ilustración, fue capaz de llevar hasta los límites insospechados el pánico de la guerra fría e introducir una historia de decadencia y perdición digna del noire clásico. Toma formas y elementos tanto del literario, como Hammet o Chandler, como del cinematográfico, como Huston o Hawks. Así, Rorschach, tan indeseable como atrayente, no deja de ser la versión más oscura de un Philip Marlowe o del agente de la Continental hammetiano, y el desencantado y cínico Eddie Blake, El Comediante, parece salido de la clásica historia de derrotados hustonianos, afrontando con estoicismo su propia caída mientras observa con sus propios ojos el caos en que se ha convertido todo, como el Louis Calhern de La jungla de asfalto. Revolviendo las bases de todos los géneros que toca (el negro, los superhéroes, el melodrama), el excelente trabajo de Moore terminaba siendo una mezcla tan convincente como madura que retrataba una realidad tan real que asustaba, puesto que no resulta difícil pensar que pueda haber perturbados que se crean defensores de la ley y que confíen en una estética ante la falta de superpoderes. Es la gran baza de esta genial idea. ¿Qué sucedería si soltásemos a los superhéroes en un mundo real? ¿Qué sucedería si a Dios le importase un comino su condición y, por tanto, el ser humano? ¿Y si Batman fuese impotente y un gordo perdedor? ¿Qué pasaría si Catwoman, por ejemplo, echase de menos sus días de gloria, cuando era el sex symbol de la sociedad? ¿Qué le pasa a un superhéroe cuando ya no entra dentro de su traje por cuestiones físicas? No hay Spiderman, Capitán América o Superman del mismo modo que no hay un Octopus o un Joker, si no sus versiones de andar por casa, e incluso el personaje que más se contempla como el clásico superhombre, Dr. Manhattan, considerado por muchos la representación total de Dios en la Tierra, tiene más debilidades que las de un simple mortal. Sin grandilocuencias, pero con filosofía absolutamente justificable, sin caer en pretenciosidad insulsa, pues los personajes son el propio pensamiento, y no se pasan la obra hablando de cosas que, mayormente, no les interesarían. Nos encontramos ante personas, casi destrucciones de los arquetipos, que tienen problemas para ubicarse dentro de un marco estructurado bastante claro, la sociedad. Esa es la grandeza de las reflexiones, la subversión de su mensaje alejada de cualquier clave pop típica del género. Resulta más interesante por tanto que cualquier aventura de un niñato con mallas que va brincando de un lado a otro al tiempo que llega a casa para salir con su novia, la pelirroja tonta que siempre pasa de él, ya que aquí no hay baile de fin de curso ni reina de la clase. Todo ello combinado con cierto toque kitsch que le daba mucho encanto a la historia, pues los propios protagonistas, con el paso de los años, son conscientes del ridículo que solían hacer por ahí, y otros, sin embargo, lo aprovechan y son conscientes de las posibilidades que esa máscara les otorga a nivel social. Watchmen te agarra y no te suelta, pues te quedas prendado de sus personajes, de los grandes detalles y de esas tonterías que, pudiendo parecer puras virguerías sin sentido, como el kioskero y el chaval que lee el Navío Negro, aportan muchísimo a la ya de por sí compleja recreación de ese 1985 totalmente inventado por el genial creador de la saga. La imperfección y la ruina, la mezquindad y el antiheroísmo hechos arte y, ahora por fin, carne gracias a la magnífica labor de uno que va camino de convertirse en grande del entretenimiento, Zack Snyder, quien supera con creces la prueba que tenía por delante, y es que si bien hay cambios notables en algunos momentos (algunos me dolieron; otros, sin embargo, son perfectamente entendibles) el respeto al original es de una pulcritud casi enfermiza, atendiendo a cada pequeño detalle con pura pasión de frikazo, que es lo que ha demostrado hasta ahora ser el director de la estupenda Amanecer de los muertos, que ya obtuvo un resultad sencillamente extraordinario con el mediocre cómic 300 hasta convertirlo en el entretenimiento puro y duro que casi todos queremos ver, libre de moralidades baratas y frenético sin ser cargante, y donde gracias a la pantalla verde permitía al espectador acceder a un mundo completamente irreal que se respiraba desde su espectacular introducción, y que supuso para el antiguo director publicitario un duro calentamiento para la que ha sido su consagración en el cielo del cine comercial de calidad alejado de los Bay, Howard o Emmerich y acercándose a los Jackson, Spielberg o Nolan.

Estructuralmente es tan sorprendente como el cómic. Éste arrancaba con la muerte del protofascista El Comediante, el personaje más realista de la novela por cuanto que ha visto la verdadera cara del mundo y se pasa la vida matando por pura diversión "porque es la naturaleza del hombre". Este sensacional capítulo recordaba a películas como La condesa descalza o Cautivos del mal, ya que sentaban a los personajes a hablar sobre la vida en común que tuvieron con el personaje que se ha ido o que, en el caso de la obra maestra de Minnelli, quiere regresar de su exilio. Este afán constructivista nos permite, en apenas una secuencia, conocer el modus operandi de todos y cada uno de los personajes, sus relaciones y la forma en que todo va a producirse, teniendo su punto de arranque en el funeral de Blake, y que resume de manera bastante acertada el capítulo que abarca este fragmento en el cómic. Presentado como un ser despreciable, brutal y completamente amoral, terminamos sintiendo una especie de lástima por su persona, compasión por un alma que destruyó tantísimas vidas. Probablemente esto sea gracias a la magnética interpretación de Jeffrey Dean Morgan, que dota de una versatilidad total a un personaje tan antipático como complejo, la versión realista de lo que se han convertido el American Dream y su paladín novelero, el Capitán América, y así se lo hace saber al personaje de Patrick Wilson ante una versión corrupta de las barras y estrellas, pintarrajeada y destrozada por los vándalos. Él mejor que nadie parece conocer los designios de sus compañeros, la escasa empatía por los humanos del dios Manhattan, absorto en su deseo de saber qué hay más allá de la realidad, o la fragilidad de otro de los principales puntales del entramado, Dan Dreidberg, Búho Nocturno, amén del idealismo naif que destila el oscuro Ozymandias. Snyder tiene la habilidad de mostrarnos la personalidad antitópica de sus actantes en un par de pinceladas, aunque falle al retratar al personaje interpretado por Matthew Goode, es decir, el ya citado Ozymandias. Este personaje, probablemente el más vital de toda la historia, es mostrado de una forma diametralmente opuesta a como lo era en el cómic. Sigue siendo asquerosamente multitrillonario y la persona más inteligente del mundo, pero mientras Moore le mostraba como un personaje a quien idolatrar, un tanto narcisista, un auténtico modelo de conducta amado por todos, la versión de Snyder le muestra como alguien excesivamente oscuro desde el principio, consciente de su papel en esta historia antes de que este deba desvelarse. Esta historia de personajes al límite se comienza a entremezclar con la investigación llevada a cabo por el enfermizo Rorschach, quien se erige en portavoz del grupo de enmascarados, y comienza a convertirse en una historia coral, donde se abren y se cierran con suma facilidad y con brillantez en algunos casos las pequeñas intrahistorias de cada miembro de los vigilantes. Con numerosos focos abiertos y corriendo el riesgo de atrofiarse por la celeridad de contar tanto en tan poco, la historia fluye con una asombrosa naturalidad y abarca cada punto desarrollado hasta exprimirlo al máximo. Especialmente destacable es el caso de Dan, Búho Nocturno, cuyas relaciones de amistad con Rorschach y de amor con Laurie quedan brillantemente retratadas por el guión. Perdedor fondón y aburrido, cansado de su mediocre y cobarde vida, sigue renegando de su pasado quién sabe por qué, y pasa las horas solo encerrado con sus recuerdos, algo que guarda en común con otros personajes, como su predecesor, Hollis Mason, o la posesiva Sally Júpiter (sorprendente Carla Gugino), madre de Laurie, la actual Espectro de Seda, cruce de Shirley Temple, Baby Jean y Norma Desmond de las mallas y las máscaras quien vive de una manera totalmente infantil e inmadura a través de su hija lo que la edad le quitó, impidiéndole gozar de una existencia normal. Es un fresco de personas que andan sin rumbo fijo, de almas en pena que, salvo la excepción de Rorschach, siguen viviendo por mera actuación de sus funciones vitales, quienes parecen haber perdido cualquier intención de luchar, y que únicamente a través de la máscara son personas, dejando a las claras el pensamiento pesimista de Moore con respecto a la humanidad, incapaz de afrontar una vida siendo uno mismo, y que necesitan de esa especie de ley marcial que provoca su existencia como si fuera oxígeno. Desde los impagables títulos de crédito (una absoluta genialidad) se nos muestra cual es el destino de los Minutemen y de los Vigilantes, cuál es la propia naturaleza del vengador enmascarado, caer y bajar, como todo en la vida, y quienes mejor lo llevan son aquellos que asumen que los tiempos de gloria nunca volverán. Pocas veces en cine y, por supuesto, en cómic, se ha llevado a cabo un estudio tan pormenorizado y certero de la épica antiheróica, escasas veces se destruye tan rápido cualquier opción de romanticismo, pues todo se desploma con la salida más inverosímil para los protagonistas pero la más razonable para el propio espectador, a pesar de ese cambio formal en el (anti)clímax ideado por el realizador a partir del original.

Watchmen es una película sobre el lado oscuro de la existencia. Como casi descubrió Jacques Tourneur junto a su director de fotografía en La mujer pantera, la forma de contar un film estéticamente es tan importante como su narración y su guión, y de ahí que el cine negro adquiriese unas pautas tan delimitadas, más que las de cualquier otro género. Como decía Paul Schrader, era una cuestión estética más que argumental, para terminar siendo un asunto puramente moral la forma en que iluminabas a tus personajes. La estética del cómic era simplemente alucinante. El juego visual que ideó Gibbons exigía a Larry Fong, director de fotografía de Snyder, resolver de numerosas formas diferentes el inteligente uso de colores del original, así como al director a buscar una forma parecida de resolver los movimientos cinemáticos de determinadas viñetas, de un calado plástico completamente filmico. Así como Ridley Scott en Blade Runner, el realizador de Amanecer de los muertos ha demostrado ser capaz de hacer propias las formas visuales de otros, reelaborándolas en un género fílmico muy marcado, y se ha convertido en un orfebre superdotado dentro de la imaginería cinematográfica, y aquí lleva a cabo el no va más, multiplicando la complejidad de lo mostrado en el relato de la batalla de las Termópilas hasta ser capaz de meternos dentro de esos fantasiosos años 80. Se respira una (ir)realidad malsana, onírica, un mundo de carne y hueso putrefacto y corrupto, al borde de su destrucción. Sin embargo, la comercialidad mínima exigible y la imposibilidad de viñetizar el film impiden que disfrutemos de virguerías como la disposición simétrica de los encuadres del episodio sobre Rorschach, auténtica obra maestra por sí solo, y que aprovechaba hasta el límite las posibilidades del lenguaje del noveno arte, así como tampoco se llega nunca a aprovechar toda la riqueza del capítulo del Dr. Manhattan, la complejidad de cada pensamiento hasta que este se divide en pequeñas partes que luego permiten reformular cada elemento, esas piezas del reloj intercaladas con la foto de Jon Osterman y Janey Slater, esa poesía visual que lograba la sincronía entre Moore y Gibbons, amén de dejarnos cosas en el tintero que sabíamos gracias a esa documentación extra que nos regalaba el libreto al finalizar cada tomo. La estructura episódica del relato original no es tan favorable en el cine, y hace que nos centremos demasiado en algunos personajes y a otros se les deje de lado, caso de El Comediante, a quien se echa de menos una vez que deja de aparecer tras cumplir su misión como mcguffin. Sin embargo, a pesar de esta imposibilidad de los patrones narrativos del cine frente a su primo en papel, el personaje de Manhattan es el que mejor sale parado junto al violento Rorschach (extraordinario Jackie Earle Haley), pues se muestra hasta el último recoveco de ese hombre cansado de algo tan insignificante como la vida humana y de ser utilizado como Dios y que, gracias a algunos cambios de Alex Tse, guionista del film, termina convirtiéndose en la antítesis de sí mismo, y que finalmente acabará fascinado por esa simpleza que permite el origen de cualquier vida. A pesar de que Watchmen (y por tanto, Snyder) vence y convence, en parte gracias a no pretender apabullar al espectador con un clímax constante como sí hizo Nolan en la reciente El Caballero Oscuro (no existe esa búsqueda constante de “la escena de los cien millones de dólares”), no podríamos dejarnos en el tintero algunos de los errores que bajan un pelín el listón en esta magnífica adaptación. Tanto momentos que se han omitido o casi eliminado (la muerte de los científicos a manos de Ozymandias en la nieve, la brutal muerte de Hollis Mason, la infancia de Rorschach o los vanidosos numeritos del personaje de Goode ante su público) como del abuso del director de su habitual barroquismo. Comentando 300 afirmé que la única molestia que me había causado ese adrenalítico viaje a las pesadillas era su excesivo uso de la cámara lenta, que, sin embargo, podría estar más que justificado dada la estética absolutamente cómic de la historia. En esta nueva adaptación Snyder vuelve a pecar de ese rasgo que tanto le caracteriza para bien o para mal, la cámara lenta tiene un lugar predominante que echa por tierra alguna escena magnífica que a servidor le encantó en el cómic (la escena del polvazo con Leonard Cohen de fondo tiene un toque kitsch casi almodovariano por el uso de la cámara lenta, parecido al efecto de la escena de cama entre Leónidas y Gorgo de la anterior película del realizador, donde sí funcionaba dicho efecto), y alguna otra estropeada por ese gusto por la violencia del que hace gala el cineasta, algo palpable en su filmografía, y que aquí tiene su máximo exponente en las continuas peleas con primeros planos de huesos y heridas por todos lados, además de arruinar el descenso a los infiernos de Rorschach por su infinita crueldad al quemar vivo al asesino de una niña, resuelto aquí con sal gorda y sangre abundante en forma de hachazos. Además, quizás por esa visión irónica de la cinta, también un poco la idea del original, hace que pocas veces se transmita esa grandiosidad de esta antiépica, no llega a dar la sensación en casi ningún momento de estar ante algo realmente gordo. A pesar de estos fallos o errores, no se puede más que celebrar el éxito al trasladar esta obra culmen al cine, pero recordando dos cosas: puede ser demasiado cerrada para gente que no se haya leído la novela debido al fanatismo religioso con que ha sido tratado cada elemento, pues sin duda es necesaria una lectura para captar la riqueza de la propuesta; y que esta cinta no supone ningún salto cualitativo para el cine como sí lo supuso para el cómic, quizás porque el cine, obviamente, ya tiene su propio Ciudadano Kane, y en ningún aspecto, salvo en el de aprovechar más que nunca la estructura multifragmentaria del cómic, irrumpe con fuerza en el séptimo arte.